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Pascua de Resurrección


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo:

—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Comentario
Hermanos, seguimos celebrando la alegría y el gozo inmenso de la Vigilia Pascual: ¡Ha resucitado el Señor! ¡Aleluya! ¡Feliz Pascua 2008! ¡El Señor ha pasado de la muerte a la vida! ¡Aleluya!

1.- Hoy, amigos, con la Resurrección de Cristo, esta mañana nos trae una gran alegría: el día eterno que estamos llamados a disfrutar todos. Estamos alegres porque, la victoria de Cristo, nos trae una forma nueva a la hora de entender y comprender el mundo, las personas, la vida, el amor, la justicia, etc.

Para vivir esta realidad, como el discípulo, hemos de aventurarnos y asomarnos al sepulcro. Es decir; si tenemos ojos para tantas cosas del mundo, ¡cómo no los vamos a tener para asombrarnos ante el acontecimiento de la Pascua de Resurrección!

2.- ¿Qué existe el dolor? ¿Qué nos sacuden sucesos que enturbian nuestra felicidad? ¿Qué no todo marcha bien? ¡Por supuesto! Pero, la Resurrección de Cristo, nos da la fuerza necesaria para dar luz a esas situaciones. La Resurrección de Cristo no nos resuelve de un plumazo todo aquello que atenta a nuestro bienestar, pero nos sitúa por encima para que seamos capaces de enfrentarnos y darle solución.

En este día de Pascua damos gracias a Dios por tres cosas fundamentalmente:

Primero: porque su Resurrección es motivo de esperanza. Porque el horizonte de nuestra existencia, con la claridad de la Pascua, se hace más risueño, creativo, emprendedor y –sobre todo- invitados a disfrutar lo que Jesús para nosotros conquista: la vida de Dios.

Segundo: su Resurrección es una razón para cambiar en aquello que haga falta. La cuaresma, entre otras cosas, pretendía generar en nosotros un cambio y a mejor. ¿Lo hemos conseguido? ¿Cómo está nuestra oración? ¿Nuestra relación con los demás? ¿Nuestra vida personal? A la luz de la Pascua, queridos amigos, se ve más necesario que nunca un cambio de actitudes y de forma de ser. A Pascua reluciente, vida resplandeciente. Ojala alejemos de nosotros aquello que nos impide ser “pascuas” nuevas. Es decir; pasos convencidos, abiertos, generosos, comprensivos, perdonadores, orantes, etc.

Tercero: su Resurrección nos empuja a dar testimonio de su presencia real y misteriosa. No nos podemos quedar enganchados a la cruz, ni entre sollozos, recogidos en el sepulcro. Nuestra vivencia de la Pascua nos hace saltar de alegría y, sobre todo, conscientes de una gran misión y de un gran pregón: ¡Ha resucitado! Desde luego, un cristianismo de segunda, temeroso, vergonzante y tímido no es el fruto de la Pascua.

3.- El abrir los ojos y contemplar el sepulcro vacío implica, además, llenar el corazón de la presencia de Cristo Resucitado. ¿Seremos capaces de transmitir la gran verdad de nuestra fe en todos nuestros ambientes? Hoy, en millones de campanarios, voltearán enloquecidas las campanas que anuncian la Resurrección de Aquel que es su Señor. ¿Voltearán nuestras gargantas? ¿Sonarán nuestras voces? ¿Expresarán nuestros cantos el meollo y el núcleo de nuestra fe cristiana? Sí, amigos, es el momento de acabar de hacer preguntas. Lo que hemos visto y oído en estos días de la Semana Santa ha acabado en un final feliz (iba a decir casi en un final de película donde vence el bueno). Pero ahora falta el final. Y, en ese final, vemos que la muerte ya no es el final del camino. Y que, por lo tanto, en ese “no final” Jesús nos ha metido a todos nosotros para que tengamos vida y en abundancia. ¿La recogemos? ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

4.- ¡ABRÉME LOS OJOS, SEÑOR!

Señor; también yo, en el amanecer de esta jornada con el alma tomada por la penumbra pero con el corazón inquieto me he acercado hasta el lugar donde creía y me dijeron se encontraba tu cuerpo amarrado entre vendas, sudarios y desfigurado por los sucesos de estos últimos días. Más, cual ha sido mi sorpresa, Señor,cuando al cruzarme con María Magdalena con Simón Pedro y con Juan me han dicho que, no tenga prisa,que tu losa no está centrada…que la piedra de tu sepulcro se encuentra movida y que abra los ojos para la gran sorpresa que me espera ¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR!Pues quiero verte para nunca más perderte. Porque, después de correr hasta tu sudario necesito certezas para comprender y gritar al mundo que ¡creo! ¡creo! ¡y mil veces creo!Que has vuelto para devolvernos vida abundantemente. Que, a partir de hoy, la asignatura pendiente de la muerte ha sido resuelta y superada por el Maestro que más enseñó con palabras de amor, con gestos de humildad, con milagros y promesas felizmente cumplidas. ¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR!Quiero, sin temor ni temblor, y aunque algunos me digan lo contrario asomarme y ver el vacío que tu triunfo sobre la muerte ha dejado.Quiero, con la emoción de los discípulos y de la mano de Santa María Virgen comprender y creer que, era cierto,¡Has resucitado! ¡Lo has hecho por nosotros!¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR PARA VERTE Y NUNCA PERDERTE!

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